Cuatro minutos es el tiempo necesario para interpretar una pieza de piano. En cuatro minutos una persona se puede mostrar como un gran alquimista de pentagramas y claves de sol, ese es el tiempo necesario.
En la Alemania del Este, descubrimos a una chica rara, sola, desierta… arrastrando una amarga infancia y un ácido presente. Su vida corta y quebrada se muestra entre los barrotes de una dura cárcel de una ciudad alemana, envuelta en un pasado de abusos, abandonos, malos tratos que asoman una y otra vez a su presente.
Siempre hay gente abierta a la esperanza, esto ocurre cuando la psicóloga de la cárcel se empeña en contratar una profesora de música que enseñe a las reclusas, el arte no entiende de prisiones, respira donde está el ser humano. La sorpresa asoma cuando esta chica rebelde y casi enloquecida decide ir a clase, allí la profesora descubre que es una virtuosa del piano y algo más… tiene talento… tal vez esté delante de un genio prisionero.
La convivencia casi agotadora con las reclusas, el carácter huidizo y agresivo, el conserje abusador y toda la cárcel quieren impedir que la chica vuelva al piano. El destino de una presa no es el teatro ni los espectáculos, hay una regla interna e implícita que aboca a la propia destrucción o autodestrucción de cada muchacha.
La sorpresa llega cuando la profesora de música decide apostar por ella, darle una oportunidad. Por eso decide luchar para que la dejen salir e ir a un concurso, el concurso de piano de Berlín. Cuando prácticamente lo consigue, el conserje se enfrenta a la muchacha y la ilusión berlinesa se apaga como una cerilla. Aún así las cosas la profesora decide sacar a la presa, saltarse las normas y prácticamente de contrabando llevársela a su casa para desde allí vivir la gran oportunidad.
Por otro lado, la relación entre ellas tampoco es nada fácil, la profesora también guarda un pasado de sufrimiento y terror que ha superado con una férrea disciplina personal y musical. Es mayor, vive sola en una pequeña casita nevada en el centro de su ciudad. Todo parece ir bien, pero la tensión se palpa en el ambiente, alguien llama a la puerta, que se abre para la reclusa como una losa: es su padre, el ser que le había dado la vida y que tantas veces había abusado de ella. Parece que todo se rompe, que nada podrá salir adelante que el tiempo se detiene, y que toda la furia, el rencor y el dolor de la chica salen al mismo tiempo, como un animal herido huye a esconderse en un refugio seguro.
La profesora la encuentra y se la lleva al Gran Teatro de Berlín, dónde tenía lugar el concurso de jóvenes talentos, ella es a penas una cría. Para este entonces la policía ya sabía dónde se encontraban el par de fugitivas, cómplice y víctima logran sortear la policía y entrar en el teatro, presentar la documentación y esperar a que les toque. Cada segundo es un gesto de vida, hasta que llega su actuación magistral, extraordinaria, sorprendente. Durante la interpretación la enjuta profesora sale y se bebe dos copas de vino de un sorbo, es el vino del triunfo y la alegría, el que rompe la férrea metodología, es el saberse colaborador con la vida. El teatro en pie la aclama y vitorea, pero al mismo tiempo el teatro está lleno de policías apuntando a la joven intérprete. Un movimiento en falso y todo acaba.
Los policías contemplan absortos y estáticos el nacimiento de un genio, contemplan y esperan los cuatro minutos que tenia de tiempo en el concurso para demostrar su talento, la vida en cuatro minutos.
Y es que cuando nos ponemos en dinamismo de acompañar y acoger a los demás, cuando nos ponemos con el otro codo con codo podemos hacer el milagro de que aflore lo mejor que cada uno lleva dentro. En cuatro minutos sale un genio a la luz, pero para sacarlo hace falta casi una vida. En cuatro minutos una persona muestra todo que vive, siente y percibe a través de la música. Sólo en cuatro minutos.
En la Alemania del Este, descubrimos a una chica rara, sola, desierta… arrastrando una amarga infancia y un ácido presente. Su vida corta y quebrada se muestra entre los barrotes de una dura cárcel de una ciudad alemana, envuelta en un pasado de abusos, abandonos, malos tratos que asoman una y otra vez a su presente.
Siempre hay gente abierta a la esperanza, esto ocurre cuando la psicóloga de la cárcel se empeña en contratar una profesora de música que enseñe a las reclusas, el arte no entiende de prisiones, respira donde está el ser humano. La sorpresa asoma cuando esta chica rebelde y casi enloquecida decide ir a clase, allí la profesora descubre que es una virtuosa del piano y algo más… tiene talento… tal vez esté delante de un genio prisionero.
La convivencia casi agotadora con las reclusas, el carácter huidizo y agresivo, el conserje abusador y toda la cárcel quieren impedir que la chica vuelva al piano. El destino de una presa no es el teatro ni los espectáculos, hay una regla interna e implícita que aboca a la propia destrucción o autodestrucción de cada muchacha.
La sorpresa llega cuando la profesora de música decide apostar por ella, darle una oportunidad. Por eso decide luchar para que la dejen salir e ir a un concurso, el concurso de piano de Berlín. Cuando prácticamente lo consigue, el conserje se enfrenta a la muchacha y la ilusión berlinesa se apaga como una cerilla. Aún así las cosas la profesora decide sacar a la presa, saltarse las normas y prácticamente de contrabando llevársela a su casa para desde allí vivir la gran oportunidad.
Por otro lado, la relación entre ellas tampoco es nada fácil, la profesora también guarda un pasado de sufrimiento y terror que ha superado con una férrea disciplina personal y musical. Es mayor, vive sola en una pequeña casita nevada en el centro de su ciudad. Todo parece ir bien, pero la tensión se palpa en el ambiente, alguien llama a la puerta, que se abre para la reclusa como una losa: es su padre, el ser que le había dado la vida y que tantas veces había abusado de ella. Parece que todo se rompe, que nada podrá salir adelante que el tiempo se detiene, y que toda la furia, el rencor y el dolor de la chica salen al mismo tiempo, como un animal herido huye a esconderse en un refugio seguro.
La profesora la encuentra y se la lleva al Gran Teatro de Berlín, dónde tenía lugar el concurso de jóvenes talentos, ella es a penas una cría. Para este entonces la policía ya sabía dónde se encontraban el par de fugitivas, cómplice y víctima logran sortear la policía y entrar en el teatro, presentar la documentación y esperar a que les toque. Cada segundo es un gesto de vida, hasta que llega su actuación magistral, extraordinaria, sorprendente. Durante la interpretación la enjuta profesora sale y se bebe dos copas de vino de un sorbo, es el vino del triunfo y la alegría, el que rompe la férrea metodología, es el saberse colaborador con la vida. El teatro en pie la aclama y vitorea, pero al mismo tiempo el teatro está lleno de policías apuntando a la joven intérprete. Un movimiento en falso y todo acaba.
Los policías contemplan absortos y estáticos el nacimiento de un genio, contemplan y esperan los cuatro minutos que tenia de tiempo en el concurso para demostrar su talento, la vida en cuatro minutos.
Y es que cuando nos ponemos en dinamismo de acompañar y acoger a los demás, cuando nos ponemos con el otro codo con codo podemos hacer el milagro de que aflore lo mejor que cada uno lleva dentro. En cuatro minutos sale un genio a la luz, pero para sacarlo hace falta casi una vida. En cuatro minutos una persona muestra todo que vive, siente y percibe a través de la música. Sólo en cuatro minutos.
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