Difícil es hoy, en un contexto eminentemente urbano, industrializado y cibernético descubrir la riqueza de la imagen del Buen Pastor. La mayoría de niños tienen conocimiento de las ovejas a través de las granjas escuela, los no tan niños veíamos la imagen bucólica de las ovejas de la mano de Heidi y Pedro. Sin embargo en tiempo de Jesús esta imagen estaba cargada de contenido y significado. Su importancia simbólica era tal que los restos artísticos y representativos de los primeros cristianos nos muestran la figura del pastor con las ovejas.
Además, esta imagen del pastor tenía ya una fuerte raigambre bíblica en tiempos de Jesús, Moisés había sido el pastor del rebaño de Dios, (Is 63,11); David había sido pastor de ovejas en el sentido propio del término, y fue elegido para ser guía de su pueblo (2 Sm 7,7-8); Dios mismo había manifestado que no quería que su pueblo fuese como un rebaño sin pastor (Nm 27, 17).
Jesús se presenta como Buen Pastor en contraposición con lo que hacían los dirigentes judíos que confundían y engañaban al pueblo. Jesús es el pastor encarnado que cuida, anima, alienta y pone la vida en sus ovejas, hasta cargarlas al hombro cuando estas no pueden ya caminar o se encuentran hastiadas del camino, Jesús es el compañero infatigable del camino que no descansa en el cuidado de las ovejas que el Padre le ha encomendado.
Para una oveja tener un pastor es tener un guía en el camino, alguien que muestra los lugares donde poder saborear pastos salvajes y alguien que también las lleva a beber a fuentes tranquilas. La figura del Pastor no es la de alguien que anula o suprime nuestra libertad, que nos quiere borregos uniformados por la simplonería y la cortedad de miras, el Pastor nos invita a ser libres, a otear el horizonte, el Pastor no reprime, no excluye, no aliena… el Pastor busca, alienta, consuela, acompaña, acoge, invita, mima e incluso ofrece su propia vida para que las ovejas tengan vida y vida en abundancia.
Jesús se nos presenta como la puerta: “yo soy la puerta” la puerta por la que se puede entrar y salir, la puerta de entrada a la libertad y a la plenitud humana. Difícil es entender hoy la libertad con la imagen de una oveja y de un redil pero Jesús nos dice "para entrar y salir". Entrar es pertenecer no solo permanecer, vincularse no encerrarse, liberarse no enajenarse... la puerta abierta nos indica el camino y los pasos para la misión y para que también puedan entrar otros: toda la humanidad.
Jesús no es solo la puerta que se cierra, tabica y excluye, sino la puerta que se abre que permite salir a contar, a dar razón con el corazón de lo vivido. Que necesario es que en nuestra Iglesia seamos cada día más espacio de apertura, de diálogo entrañado, de escucha profunda de los hombres y mujeres de hoy, de sus problemas y conflictos, de sus anhelos y esperanzas. Que importante es que la puerta esté abierta para que la gente pueda pasar. Las cosas cerradas al final apestan, se convierten en guetos, que tiran para atrás y no son signo de nada, solo de decadencia y miedo. La vida en Jesús nos urge a los cristianos a abrir nuestras puertas, a estar presentes en los acontecimientos sociales, políticos, culturales y cientificos que mueven e interrogan al mundo de hoy. Ser cristiano no es encerrarse en el redil mansamente, sino saborear los pastos cristalinos y el agua verde y decir que efectivamente, Jesús nos propone otra visión de la realidad más allá de lo que se ve, que Jesús tiene un mensaje universal para todo hombre nacido de mujer. No nos guardemos el mensaje como una reliquia o como un devocionario particular, sino como el agua fresca que pasa por nuestras manos pero que también corre hacia otras.
Él es la puerta que se nos abre a Dios, él es la puerta que nos comunica con lo trascendente, nuestra misión es llamar, invocar, orar que esa puerta se nos abra, que podamos pasar al recinto de Dios y que podamos sentirnos sus hijos amados y queridos. Pero esa puerta también nos recuerda que hemos de salir que hemos de mezclarnos con el mundo y con la vida para proponer desde la vida el mensaje de Jesús. Para contarlo.